3 de mayo de 2008

Superpoderes de heroína de cómic



Shhhh. Sabes, tengo un secreto. Pero no se lo cuentes a nadie. A veces, soy capaz de desaparecer, de volverme invisible, de esfumarme, sin que nadie se dé cuenta. No es una capacidad nueva, ni mucho menos. Creo que tengo estos superpoderes de heroína de cómic desde que era pequeña. Entonces era capaz de pasarme horas sentada en un rincón de una habitación sin que ninguno de los mayores se percatara de mi presencia. De desaparecer del salón y encerrarme en mi cuarto a leer sin alterar la escena familiar.

De adolescente, fui refinando este don hasta casi perfeccionarlo. Incluso me hice con un elemento de refuerzo, mis supergafas rojas, que me ponía y con las que, como si se tratara de la capa de Harry Potter, conseguía hacerme transparente al segundo. ¡Qué fantástico descubrimiento! ¿Que al llegar al cole había un corro de chicos de cursos superiores en la puerta? Yo ya no me ponía ni nerviosa, ni roja, si comenzaba a transpirar, ni pensaba aquello de: Tierra, trágame. ¡Tenía mis supergafas especiales de invisibilidad! Las tocaba y pasaba -aunque aligeraba el paso- por su lado, segura de que ellos ignoraban por completo mi presencia. ¿Que tenía que entrar a esperar sola en un bar a algún amigo tardón? ¡Chas! Comprobaba que las llevaba puestas y listo, entraba con paso decidido.

De vez en cuando se escacharraban. Eso o... la monja de biología tenía algún poder por el que era capaz de anular mis poderes, porque cada viernes a las 8 am era capaz de verme y de mandarme salir a la pizarra a decir la lección. Y claro, cada viernes coleccionaba un cero nuevo. Ella también llevaba gafas, aunque negras. Quizás ese fuera su secreto, aunque yo siempre sospeché que "Sor Mercedes de la bata blanca", que es como la llamábamos, no pertenecía a las agustinas misioneras, sino a alguna orden de oscuras devociones...



Y ahora de mayor, este superpoder me está resultando sumamente útil. De un tiempo a esta parte, estoy volviendo a hacer buen uso de él. Y he de decir que me va fenomenal. ¿Que tengo que hacer una entrevista y el entrevistado resulta ser un malvado espadachín capaz de ponerme en la cuerda floja? Estoy tranquila, mis gafas rojas me protegen y en el caso de que el malvado entrevistado me hichiera caer, se convertirían en mi red. ¿Que entro en la redacción del diario y todos los ojos se posan en mí curiosos, burlones, esperando algun tropiezo por mi parte e indagando quién seré? Mis gafas rojas se convierten en una coraza repele- malasintenciones. ¿Que te veo sentado ahí delante, dedicándole la mejor de tus sonrisas a alguna chica mona? Con sólo tocar una de las patillas, me teletransporto a Honolulú. Fantásticos poderes, ¿no te parece?

Aunque... he de confesar que de un tiempo a esta parte he comenzado a trabajar otra habilidad. A veces, salgo rápido de casa, despistada, y me dejo mis gafas de invisibilidad sobre la repisa del baño. Entonces me entra la angustia. ¿Y si las necesito hoy? Mis niveles de ansiedad suben y suben. Todos los vasos sanguíneos de mi cuerpo comienzan a latir al unísono. Y entonces, claro, llega el momento de necesitarlas. Me invitas a un concierto, acepto; llego puntual, tú ya esperas; me miras, te miro e imagino. Y entonces me cuentas, prudente, que tu pareja no pudo venir. Y yo te digo comprensiva que bueno, que qué se le va hacer. Y entramos para dentro. Aunque lo que yo quisiera es ponerme mis gafas y escabullirme entre todo ese montón de gente que fluye hacia el interior del teatro.

Por eso, ahora practico una técnica para empequeñecerme. Sí, sí, como lo lees. Y de momento, la verdad es que me está dando muy buenos resultados. Cuando la situación me supera, y estoy sin gafas, me concentro, noto como entro en una especie de ebullición vital y voy encogiendo. Como en una peli de David Lynch, de esas que nadie entiende. Y cuando soy del tamaño de un ratoncito, corro tan rápido como mis patas me lo permiten hacia alguna salida. Y de nuevo, ahí fuera, vuelvo a mi tamaño y respiro tranquila. Uf, por qué poco.

Shhhh. Sabes, tengo un secreto. Pero no se lo cuentes a nadie. A veces, soy capaz de desaparecer, de volverme invisible, de esfumarme, sin que nadie se dé cuenta.

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