15 de enero de 2011
Arena para el alma
Cuando era pequeña, me dolían mucho las rodillas y los tobillos. Mi madre dice que casi que desde bebé me quejo de lo mismo. Aún hoy me duelen y cada vez que hago deporte, tengo una tarde divertida...
Recuerdo que antes de saber leer, cuando me daban los dolores, me metían en la cama, me daban un vaso de leche y mi padre me leía los muchos cuentos que guardaba en un cochecito de muñecas. A veces, incluso un masajito infantil. Porque de chica, claro, no te pueden atiborrar a calmantes. E intentaban distraerme. Normalmente, me acababa quedando dormida llorando.
En casa de mis abuelos, en Córdoba, recuerdo que por la noche mi abuelo se levantaba a hacer la ronda, con su linterna. A ver que todos los nietos estuviéramos bien. Antes, mi abuela nos había puesto unos cuantos jazmines en la mesilla de noche. Para perfumarnos la habitación. Cuando me oían llorar porque me dolían las rodillas, venía rápidamente. Siempre me he preguntado cómo me oirían. Porque su habitación no está precisamente cerca.. "Niña, ¿qué pasa?" "Me duele abuelo, me duele". Ai...
Después de visitar mil médicos -problemas de crecimiento, cuentitis, reuma infantil, rótulas altas, hiperelasticidad...-, al final aprendí a controlar el dolor. Me tumbaba en la cama, cerraba los ojos, respiraba, y cuando estaba calmada, empezaba a imaginar que me entraba arena por la punta del dedo gordo del pie, poco a poco. Y la arena me iba corriendo por el pie, luego el tobillo, la pantorrilla, la rodilla, y subía lentamente hasta que salía por la cabeza. Y se llevaba el dolor. Funcionaba! Aún ahora alguna vez practico este método antidolores.
Pero con las cosas del alma, no funciona.
Ya lo he probado.
Cuando tienes el corazón roto, la arena lo único que hace es escocer.
Abuelillo, quiero que vengas, y me traigas un vaso de leche a la cama, y me diga Niña otra vez. Es curioso, pero pienso mucho más en ti ahora que antes. Y te echo de menos. Y quiero que vuelvas. En casa estamos todos tristes. Mamá mucho. Y la abuela más. No para de llorar. Con lo que tú querías a tu mujer, eh? Ai si la vieras, abuelillo. Yo también estoy triste. Con sólo acordarme de ti o ver una foto tuya, se me llenan los ojos de lágrimas. Y quiero coger el teléfono y llamarte. Y contarte cómo me va, aunque no te enteres porque no lleves puesto tu aparatito en la oreja y me digas a todo que muy bien.
21 de octubre de 2010
30 de septiembre de 2010
7 de julio de 2010
El diente fugitivo
Érase una vez que era una niña, C, con un diente fugitivo. C estaba un poco harta de aquel diente que a traición mordía todo lo que podía. Un trozo de sandía, ¡zas! Un calcetín. ¡Ñasca! Una goma de nata de borrar, ¡fr fr fr! Un lápiz, ¡crunch crunch! El brazo a un compañero, en clase. ¡aaaaaaiiiii!
-¡Castigada!
-Pero señu, ¡que yo no he sido!
Y C tenía que pasarse un buen rato contra la pared por culpa de aquel diente rebelde.
C muchas veces hablaba con él: ¿No ves que no puedes morder a tu antojo? Está feo pegarle un bocado a un niño. Tienes que esperarte a que yo te lo diga. Pero el diente, ni le contestaba. Y claro, así, ¿qué iba a hacer?
Un día C, harta de las travesuras de su diente peleón, decidió ponerse esparadrapo en la boca. Si la mantenía bien cerradita, seguro que no podría hacer de las suyas. Así es que se situó delante del espejo, cogió el esparadrapo y... ¡no había manera de cerrar la boca! Era como si alguien la estuviera agarrando de las dos mandíbulas y no la dejara mover la boca. C se asustó mucho. Y si a partir de ahora siempre iba a tener que ir con la boca abierta, dando mordiscos a diestro y siniestro? La confundirían con un drácula. Nadie querría estar cerca. Mordisquearía los muebles, los platos, los edificios, los semáforos. La ciudad entera estaría llena de las pequeñas marcas que dejaba a su paso el diente de C.
C lloraba y lloraba. Y entonces se dio cuenta de que podía cerrar la boca. El diente travieso se había dormido. Entonces C raúda y veloz se puso esparadrapo en la boca. ¡Zas y zas! Así ya no podía escaparse.
Y pasaron los días, y C caminaba contenta por calle. Iba al cole. y ya no la castigaban. Había dejado de morder. pero un buen día C se cansó de estar callada, de no poder hablar con nadie, ni comerse un bocata, ni darle un beso a su madre. Así es que muy bajito, le dijo a su diente en fuga: te voy a dejar ir, pero me tienes que prometer que te vas a quedar quieto. Tiró despacito del esparadrapo y el diente, muy triste, le dijo que se iba a portar bien. E hicieron un trato: él no mordía a los otros niños y ella le daba de vez en cuando cosas ricas para morder. Como lápices de colores. Quicos. Esponjas. Peta zetas. Melón. Y esa es la razón por la que C tiene un diente en fuga. Echao palante. Que a veces se le olvida que tiene que ser bueno y la sonroja dándole un bocado a alguien cuando menos se lo espera.
Colorín colorado, este cuento... ¡se ha mordisqueado!
10 de junio de 2010
Si desaparezco..
Pumuky es una banda a caballo entre las Canarias y Barcelona. Los descubrí hace un tiempo, porque uno de los chicos, Tomás, tocaba con Maria Rodés (Oníric) y nos habló de este proyecto. A mí me fascina. Hace poco estuvieron tocando en la sala Apolo, de Barcelona, ahora acaban de presentar este videoclip y amenazan con desaparecer un tiempo para grabar su nuevo álbum. Las letras son una pasada, y la voz del cantante, Jaír, es muy bonita.
26 de abril de 2010
Marcel Cranc
Marcel Cranc es el alter ego de Miquel Vicensastre, un músico de ses illes, que tuvimos el gusto de grabar hace unas semanas. Un gran descubrimiento. No me canso de escucharlo. Por sus letras, una delicia. Por sus melodías. El concierto lo grabamos en la sala Heliogàbal, en Gracia (Barcelona)
"Hi haurà", Marcel Cranc. Concert privat grabado por MINIFILMS
Esta otra me encanta, Naufragi
Ballarem damunt sa tempesta
I dibuixaré a n'es teu ventre
Cavalls, aranyes i pluja
I sabrem que es camí serà llarg
I serem com infants
Com infants que juguen a ser grans
I quan arribi es naufragi
I només ens quedi resar
Sabrem que tot és mentida
Sabrem que no hi ha veritats
I tornarem a començar
Un nou viatge.
"Hi haurà", Marcel Cranc. Concert privat grabado por MINIFILMS
Esta otra me encanta, Naufragi
Ballarem damunt sa tempesta
I dibuixaré a n'es teu ventre
Cavalls, aranyes i pluja
I sabrem que es camí serà llarg
I serem com infants
Com infants que juguen a ser grans
I quan arribi es naufragi
I només ens quedi resar
Sabrem que tot és mentida
Sabrem que no hi ha veritats
I tornarem a començar
Un nou viatge.
25 de abril de 2010
Mi abuelo
Mi abuelo tiene Alzheimer. Me enteré ayer, mientras comía con mis padres y mi hermano. Mi madre me contaba que cada vez se le olvidan más cosas, que se desorienta, que.. -cuando mi hermano la interrumpió y me dijo: es normal, tiene Alzheimer. Tiene alzheimer.. como aquel que dice: ¿qué os parece si pedimos una ensalada para compartir?
Me quedé helada. ¿Cómo?
Que tiene Alzheimer
No, no tiene Alzheimer
Sí, claro que tiene Alzheimer
(JODER, ¿y por qué nadie me ha dicho nada?)Ah. Y tuve que apretar muy fuerte el estómago para no romper a llorar allí en medio
Mi abuelo tiene Alzheimer. Y se da cuenta. Le dice a una de mis tías que a él le paso algo malo. Que se levanta de repente a buscar algo y al llegar a la cocina, ya no se acuerda de lo que iba a buscar. A veces, se cruza con mi prima en el parque, y no la reconoce. ¿Quién es esa pareja? le pregunta a mi abuela.
Te dice una y otra vez lo mismo, como un niño chico. Y entonces se da cuenta de que lo ha repetido. Y te mira, te clava sus ojos azules azules claro, y ves que se le perturba la mirada, preocupado, angustiado, triste. ¿Pero qué me pasa? Sin entender
Mi abuelo tiene 90 años. Unos ojos azules enormes, preciosos. Y me llama Niña, y me encanta. Y la mejor sonrisa del mundo.
Mi abuelo es bueno. Y cariñoso. Cuando yo era pequeña, aún trabajaba en la farmacia de mi pueblo, y lo iba a ver y me regalaba zumos de frutas, con su bata blanca, impoluta. Tan ricos.. Y me daba queso, a escondidas, cuando no quería comer y me castigaban.
Mi abuelo me llevaba y me traía, me cortaba el jamón chiquito, para que me costara menos zamparme el bocata. Me contaba cuentos. Se inventaba mil historias para que me acabara la comida, me llevaba al campo, a ver a las vaquitas. Me daba unos abrazos curalotodo. Y "petisú". De madrugada, cada noche, venía y me arropaba. Me ponía flores de jazmín en la mesita, para que la habitación oliera bien. Y cuando yo lloraba porque me dolían las rodillas, venía rápido, a consolarme y a traerme un vaso de leche.
Mi abuelo. Encerraba cada noche, cada tarde, el coche en la cochera. Y a mí me gustaba acompañarlo en esa operación. Me encantaba ver cómo mimaba a su R6, rojo, en el que nos embutíamos seis primos y dos abuelos. Nos llevaban a la piscina, en pleno verano. Y mientras nosotros corríamos arriba y abajo, mi abuela se quedaba a la sombra de los árboles y mi abuelo cuidaba de nosotros desde el borde de la piscina.
A mi abuelo le encanta el dulce. Como a mi. Y le pirran los pestiños, y las madalenas, y las pastas rellenas de crema y de chocolate. Como un niño chico, galguea con la comida y se va derecho al postre. A alguien tenía que parecerme.
Mi abuelo, con quince, años, le dieron un fusil y lo mandaron a hacer la guerra. Él, un niño, que no sabía qué era aquello. Y comía las peladuras de las patatas, que encontraba en las basuras. Y estuvo en una cárcel de niños de Franco. Y cuando acabó la guerra, él estaba en Valencia, en la plaza de Toros, que entonces funcionaba como campamento-prisión. Y tardó tres semanas en llegar andando a Córdoba de nuevo. Y pasó hambre.
Y mi abuelo tiene Alzheimer. Una siempre piensa que esas cosas le pasan a los demás.
Mi abuelo tiene Alzheimer y se da cuenta. Y tiene pánico a morir. A echarse a dormir y no despertarse más. Y cada día se diluye un poquito, entre vacíos, entre agujeros negros.
Ai, abuelillo..
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