26 de abril de 2010

Marcel Cranc

Marcel Cranc es el alter ego de Miquel Vicensastre, un músico de ses illes, que tuvimos el gusto de grabar hace unas semanas. Un gran descubrimiento. No me canso de escucharlo. Por sus letras, una delicia. Por sus melodías. El concierto lo grabamos en la sala Heliogàbal, en Gracia (Barcelona)


"Hi haurà", Marcel Cranc. Concert privat grabado por MINIFILMS



Esta otra me encanta, Naufragi

Ballarem damunt sa tempesta
I dibuixaré a n'es teu ventre
Cavalls, aranyes i pluja
I sabrem que es camí serà llarg
I serem com infants
Com infants que juguen a ser grans
I quan arribi es naufragi
I només ens quedi resar
Sabrem que tot és mentida
Sabrem que no hi ha veritats
I tornarem a començar
Un nou viatge.

25 de abril de 2010

Mi abuelo


Mi abuelo tiene Alzheimer. Me enteré ayer, mientras comía con mis padres y mi hermano. Mi madre me contaba que cada vez se le olvidan más cosas, que se desorienta, que.. -cuando mi hermano la interrumpió y me dijo: es normal, tiene Alzheimer. Tiene alzheimer.. como aquel que dice: ¿qué os parece si pedimos una ensalada para compartir?

Me quedé helada. ¿Cómo?
Que tiene Alzheimer
No, no tiene Alzheimer
Sí, claro que tiene Alzheimer
(JODER, ¿y por qué nadie me ha dicho nada?)Ah. Y tuve que apretar muy fuerte el estómago para no romper a llorar allí en medio

Mi abuelo tiene Alzheimer. Y se da cuenta. Le dice a una de mis tías que a él le paso algo malo. Que se levanta de repente a buscar algo y al llegar a la cocina, ya no se acuerda de lo que iba a buscar. A veces, se cruza con mi prima en el parque, y no la reconoce. ¿Quién es esa pareja? le pregunta a mi abuela.

Te dice una y otra vez lo mismo, como un niño chico. Y entonces se da cuenta de que lo ha repetido. Y te mira, te clava sus ojos azules azules claro, y ves que se le perturba la mirada, preocupado, angustiado, triste. ¿Pero qué me pasa? Sin entender

Mi abuelo tiene 90 años. Unos ojos azules enormes, preciosos. Y me llama Niña, y me encanta. Y la mejor sonrisa del mundo.

Mi abuelo es bueno. Y cariñoso. Cuando yo era pequeña, aún trabajaba en la farmacia de mi pueblo, y lo iba a ver y me regalaba zumos de frutas, con su bata blanca, impoluta. Tan ricos.. Y me daba queso, a escondidas, cuando no quería comer y me castigaban.

Mi abuelo me llevaba y me traía, me cortaba el jamón chiquito, para que me costara menos zamparme el bocata. Me contaba cuentos. Se inventaba mil historias para que me acabara la comida, me llevaba al campo, a ver a las vaquitas. Me daba unos abrazos curalotodo. Y "petisú". De madrugada, cada noche, venía y me arropaba. Me ponía flores de jazmín en la mesita, para que la habitación oliera bien. Y cuando yo lloraba porque me dolían las rodillas, venía rápido, a consolarme y a traerme un vaso de leche.

Mi abuelo. Encerraba cada noche, cada tarde, el coche en la cochera. Y a mí me gustaba acompañarlo en esa operación. Me encantaba ver cómo mimaba a su R6, rojo, en el que nos embutíamos seis primos y dos abuelos. Nos llevaban a la piscina, en pleno verano. Y mientras nosotros corríamos arriba y abajo, mi abuela se quedaba a la sombra de los árboles y mi abuelo cuidaba de nosotros desde el borde de la piscina.

A mi abuelo le encanta el dulce. Como a mi. Y le pirran los pestiños, y las madalenas, y las pastas rellenas de crema y de chocolate. Como un niño chico, galguea con la comida y se va derecho al postre. A alguien tenía que parecerme.


Mi abuelo, con quince, años, le dieron un fusil y lo mandaron a hacer la guerra. Él, un niño, que no sabía qué era aquello. Y comía las peladuras de las patatas, que encontraba en las basuras. Y estuvo en una cárcel de niños de Franco. Y cuando acabó la guerra, él estaba en Valencia, en la plaza de Toros, que entonces funcionaba como campamento-prisión. Y tardó tres semanas en llegar andando a Córdoba de nuevo. Y pasó hambre.

Y mi abuelo tiene Alzheimer. Una siempre piensa que esas cosas le pasan a los demás.

Mi abuelo tiene Alzheimer y se da cuenta. Y tiene pánico a morir. A echarse a dormir y no despertarse más. Y cada día se diluye un poquito, entre vacíos, entre agujeros negros.

Ai, abuelillo..

23 de abril de 2010

Bona diada de Sant Jordi!!


Per molts llibres i roses, princeses i cavallers, dracs i contes!

13 de abril de 2010

Simbiosis

-¡Pero Cristinette! La Niña Cactus no puede ser tan mala…
-Créeme, lo es. Incluso envía sus pinchos por correo. Y cuando abres la carta, ¡zas! Se te clavan en las yemas de los dedos
-Pero Cristinette, todos los cuentos tienen final feliz. No puedes dejar que R, el Niño Lágrima, muera desangrado, solo, en medio de la calle, con una espina clavada en el corazón…
-Pero es que… ¡la Niña Cactus es así!
-Ya.. pero esto es tu cuento, y en los cuentos uno hace que las cosas resulten como uno quiera…¡Quiero un final feliz! De anises y perdices
-Vale, vale, está bien. Vamos a intentarlo




Simbiosis



Y R, el Niño Lágrima, está tan contento, tan contento, de que la Niña Cactus haya querido ser su amiga… R, el Niño Lágrima, está tan contento tan contentp de que la Niña Cactus lo mire, le sonría, absorba parte de sus gotas que sin darse cuenta, se planta frente a ella y la sorprende con un abrazo.

¡Ai!

El Niño Lágrima siente los pinchos pinchudos de la Niña Cactus clavarse por todo su cuerpo.

¡Ai!

A la Niña Cactus se le clavan los pinchos bien hondos. Y le duele. Le escuece. Las heridas le rabian. Y la Niña Cactus no entiende, nada de nada. La Niña Cactus sólo piensa que el Niño Lágrima le ha mentido, que el Niño Lágrima ha querido hacerle daño. Y entonces la ira crece en ella. Se enfada y la rabia se apodera de ella. Y entonces ella abraza fuerte al Niño Lágrima y siente cómo nuevos miles de pinchos se clavan por su amigo. Siente cómo éste se retuerce del dolor. Y la Niña Cactus sonríe, satisfecha. Cruel.

Y un pincho se clava en el corazón del Niño Lágrima.

-Pero Niña Cactus.. yo sólo quería quererte.

Y la Niña Cactus no lo cree. La Niña Cactus, que siempre cree que es ella quien tiene la razón. Que siempre cree que son los otros los que mienten, los que hacen daño.

-Pero Niña Cactus, yo no quería hacerte daño. Sólo quería quererte. Y abrazarte.

Y la Niña Cactus mira a R, el Niño Lágrima, tumbado en el suelo, desangrándose. Y lo ve llorar. Y la Niña Cactus entonces se arrepiente. Se sienta a su lado.

-¡Pérdoname, Niño Lágrima! Pensé que me querías hacer daño, como los otros Niños

-Ai, Niña Cactus. Por favor, ayúdame a quitarme las espinas…

-Pero, ¿cómo? Si te toco, te pincharé más.

-Íntentalo, Niña Cactus, dice R, y la nubecita que lo persigue truena y relampaguea, aunque cada vez más flojito, como las tormentas que se van. Se van. Se.

Y la Niña Lágrima, despacito, estira de la espina cardíaca. Y la extrae, cubierta de sangre y trozos de carne. Y mira al Niño Lágrima, y también ella llora. Ahora comprende. Ahora entiende.

El Niño Lágrima se incorpora y, con cuidado, le acaricia un moflete. Ai, mi Niña Cactus. Si me dejas, te ayudo a quitarte alguna espina. Tengo experiencia.

Vale

Y a pesar de que R, el Niño Lágrima, se muerde las uñas, se sienta junto a ella, y con paciencia, tira de los pinchos, y comienza a arrancarlos, uno a uno. Y entonces le llueve un poquito encima, para limpiar la sangre. Y la Niña Cactus bebe ansiosa las lágrimas saladas de R.

Y juntos, los Niños Cactus y Lágrima, cogen cada pincho, y lo enrollan en un papel, y le ponen nombre. Y los van guardando en un tarro de cristal. Y la Niña Cactus va recuperando su piel de lagarto, suave. Y la nubecita del Niño Lágrima cada día está más chiquitita.

Y un día, la Niña Cactus y el Niño Lágrima descubren que tienen 30 botes de cristal llenos de pinchos con nombre. Y descubren que se pueden abrazar.

Y como pasa en las películas, y en los cuentos de final feliz como éste, se abrazan baja la lluvia. Y entonces salen los títulos de crédito. Y la música. Y esto se ha acabado. Colorín colorado.

F I N (2)

El abrazo




La Niña Cactus va caminando, calle abajo. Con su maletita, hacia el colegio. Le duelen las manos, llenas de espinas. Y como Pulgarcito, deja un reguero de sangre que marca su camino. En la esquina, se encuentra con el Niño Lágrima.

-Hola, Niña Cactus. Te acompaño a la escuela.
-No quiero
-Pero, ¿por qué, Niña Cactus?
-Porque seguro que me haces daño. Y me tocas, o me coges, o me abrazas y me clavas los pinchos.
-Que no, Niña Lágrima, que no. Que te prometo que no te haré sangrar.

Y allá que van, calle abajo, la Niña Cactus y R, el Niño Lágrima, con su nubecita enganchada a la muñeca.

-Y siempre te llueve así?
-Siempre.
-Vaya. ¿No te cansas de siempre ir mojado?
-A veces, sí. ¿Y tú, no estás harta de perder sangre a ese ritmo?
-Claro. Dice la Niña Cactus, tímida. Pero más de que me tengan miedo.

Y la Niña Cactus y R, el Niño Lágrima, se miran, cómplices. Y parece que se entienden. Y parece que en aquel preciso instante, ambos son los únicos que se comprenden. Y se curan un poquito sus heridas, mutuamente. R, el Niño Lágrima, le llueve un poco encima a la Niña Cactus. Y le aplaca el escozor de sus manos.

Y R, el Niño Lágrima, está tan contento, tan contento, de que la Niña Cactus haya querido ser su amiga… R, el Niño Lágrima, está tan contento tan contentp de que la Niña Cactus lo mire, le sonría, absorba parte de sus gotas que sin darse cuenta, se planta frente a ella y la sorprende con un abrazo.

¡Ai!

El Niño Lágrima siente los pinchos pinchudos de la Niña Cactus clavarse por todo su cuerpo.

¡Ai!

A la Niña Cactus se le clavan los pinchos bien hondos. Y le duele. Le escuece. Las heridas le rabian. Y la Niña Cactus no entiende, nada de nada. La Niña Cactus sólo piensa que el Niño Lágrima le ha mentido, que el Niño Lágrima ha querido hacerle daño. Y entonces la ira crece en ella. Se enfada y la rabia se apodera de ella. Y entonces ella abraza fuerte al Niño Lágrima y siente cómo nuevos miles de pinchos se clavan por su amigo. Siente cómo éste se retuerce del dolor. Y la Niña Cactus sonríe, satisfecha. Cruel.

Y un pincho se clava en el corazón del Niño Lágrima.

-Pero Niña Cactus.. yo sólo quería quererte.

Y la Niña Cactus no lo cree. La Niña Cactus, que siempre cree que es ella quien tiene la razón. Que siempre cree que son los otros los que mienten, los que hacen daño.

-Pero Niña Cactus, yo no quería hacerte daño. Sólo quería quererte. Y abrazarte.

-Niño Lágrima, sólo has pensado en ti. No en mí. Te está bien empleado.


Y la Niña Cactus, cruel, se da media vuelta y se marcha y deja al Niño Lágrima, con una espina clavada en el corazón, desangrándose. Sin mirar atrás.

F I N

El proceso

X esperaba que Y se acordara. Aunque fuera inútil.
X esperaba que Y la llamara, le mandara un mensaje al teléfono, un mail. Cualquier cosa. Cualquier cosa que significara que Y aún se acordaba.

X se levantó pronto aquel día, que había decidido regalarse. Y empezó a recibir felicitaciones. De amigos, de la familia, incluso de gente que no esperaba.

Tictactic tic

Quizás me mande un sms más tarde, como hizo otros años. Pero nada, las horas avanzaban y nada.

Tactactactactac tic

Quizás, un mail.
Pero nada. Hojeaba el correo cada poco y buscaba el mail de Y. Pero nada. Las horas avanzaban y nada.

Y el día se acabó.

Clon.

Quizás, quiso pensar X, Y se olvidó, se despistó y mañana me mande un mail con una felicitación retrasada. Pero X, en el fondo, sabía que no sería así. Que hubo un tiempo en que Y fue atento, y se acordaba de su cumpleaños. Y la sorprendía con ramos de flores. Y la sorprendía con algún viaje. Y la sorprendía con su felicitación. Y aquel era un día feliz también para Y y lo festejaban.

Y seguramente se acordó de que X cumplía años aquel día. Simplemente, pensó. Para qué.

X seguramente pensó eso mismo.

Quizás sea parte del proceso, se dijo.
Del proceso de olvidar.
De dejar atrás.
De cerrar.
De saber que no habrá más ramos de flores, ni viajes, ni felicitaciones, ni sorpresas de Y.
De saber que Y lo sabe y que quiere emprender ese camino, que X se empeña en no dejarlo avanzar.

Ya lo he entendido Y. Parte tranquilo. Es eso, el proceso.

5 de abril de 2010

La niña Cactus


La Niña Cactus llora que te llora, sola, en un rincón. Y sus lágrimas resbalan por su piel de lagarto, cubierta de pinchos puntiagudos.

La Niña Cactus no sabe cuándo comenzó su metamorfosis. Ya no recuerda cuándo notó el primer pincho. Un buen día, al levantarse e irse a poner el uniforme de la escuela, se dio cuenta de que le habían salido unos pequeños bultitos por los brazos. Y con curiosidad, la Niña Cactus pasó el dedo por encima, suavito.

-¡Ai!

AI

La Niña Cactus se pinchó en la yema, como la Bella Durmiente, pero sin poesía. Y sangró un poquito. Y se puso una tirita. Y esperó que pronto desaparecieran, la Niña Cactus, aquellos pinchos inusitados. Como pasa con los granos.

La Niña Cactus cada vez tiene más y más pinchos. La Niña Cactus lleva manga larga y bata en la escuela. Para que nadie los vea. Pero los otros niños ya no quieren jugar con ella. Ni al pilla pilla. Ni al escondite. Ni a la comba.

-¡Pincha, mamá! ¡La Niña Cactus pincha!

La Niña Cactus está muy triste, requete triste. Y llora, llora. La Niña Cactus, sola en un rincón de la clase. Con sus pinchos. En los brazos, en las manos, en la espalda, en la cara. Cubiertos por su bata azul. Algunas compañeras se le acercan. Y tratan de jugar con ella. Desde la distancia. A pelota. Pero la Niña Cactus la pincha con sus pinchos. Y la pelota se deshace. Se desinfla.

Fiuuuuuu. Fiuuuuuuuu
u
uuuuuuuu
uuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
u
u
u
u

La Niña Cactus llora.

-Dame un abrazo. Quiéreme, por favor. Estoy tan sola...

Y la abrazan, y los pinchos de la Niña Cactus se les clavan por el cuerpo. Sangran. Les hacen heridas. Y los niños huyen despavoridos. Y la Niña Cactus se enfada. Monta en cólera. Porque los pinchos con los que ha pinchado a los otros niños, se le clavan aún más profundo. Y le duelen tanto, tanto, tanto... Y ella también sangra. Y grita. Y no quiere a nadie cerca.



La Niña Cactus está muy triste, requete triste. Y llora, llora. La Niña Cactus, sola en un rincón de la clase. Con sus pinchos. En los brazos, en las manos, en la espalda, en la cara. Cubiertos por su bata azul. A dos metros de ella, resisten tres compañeros.

-NIña Cactus, Niña Cactus, déjanos ser tus amigos. Queremos ser tus amigos. Pero no nos pinches, por favor.

Y la Niña Cactus deja de llorar, un momento, los mira y sonríe. Y deja que sus compañeros se acerquen y le recubran el cuerpo de talco. Y le soplen un poquito, y le aplaquen su dolor.

La Niña Cactus va por la calle. Le han salido pinchos hasta en la cara. En el pelo. Ya casi no se puede peinar.

-Mira, mamá, por ahí va la Niña Cactus!
- Fea!
-Pinchuda!
-A que no me pinchas, Niña de los Pinchos?

Le gritan.

Y la Niña Cactus se mete las manos en los bolsillos, baja la cara y camina rápido. Mientras, flojito, se repite: No me importa, no me importa, no me importa. Y la rabia y la rabia y la rabia crece en su interior. Y la Niña Cactus nota como le salen nuevos pinchos en la nuca. ¡Ojalá pudiera dispararlos! Como si fueran globos de agua, se lamenta.

-¿Estás triste, Niña Cactus? No estés triste. Nosotros te queremos. Le dicen sus compañeritos.
- ¿Ah sí? ¿Aún me queréis?
-Claro
-Pues dadme un abrazo. Y la Niña Cactus llora que te llora, con una media sonrisa.
-Pero Niña Cactus... nos vas a pinchar...
-No, no, os prometo que no os pincharé.

Y la Niña Cactus clava bien hondo sus pinchos en la carne blanda de sus compañeritos y se restriega. Y les deja algún pincho dentro. Y sus compañeritos no entienden nada.

Y la Niña cactus se ríe. Rabiosa.
Y sus compañeritos huyen. Y sus compañeritos no entienden nada de nada. Y uno de sus compañeritos yace en el suelo, inerte. La Niña Cactus le ha clavado un pincho en el corazón.



La Niña Cactus está muy triste, requete triste. La Niña Cactus, sola en un rincón de la clase. Con sus pinchos. En los brazos, en las manos, en la espalda, en la cara. Cubiertos por su bata azul. Ensangrentada. La Niña Cactus que no podía querer ni que la quisieran.

La profesora se acerca a la Niña Cactus.

-Niña Cactus, ¿qué te pasa? ¿Por qué no juegas en el patio con los otros niños?
-No quieren jugar conmigo. Les duelo

Y entonces a la profesora se le ocurre una idea.

Y la Niña Cactus sale al patio con una venda blanca. Como si fuera una momia. Sus pinchos tapados.

,
,,
,,,

,,
,

,

Ai.. pero cómo le duelen aquellas vendas! Sus pinchos, aprisionados. Pujando por salir. Sus compañeritos la miran, desconfiados.

-Podéis acercaros, ya no pincho. De verdad.

Y se acercan. Y alargan un brazo, un dedo, y la tocan con miedo.

-¡Es verdad! ¡La Niña Cactus ya no pincha! Ahora puedes jugar de nuevo con nosotros

Y la Niña Cactus llora por dentro. Le duele, le duele. A ella. Y juega a pillar. Y juega a saltar a la comba. Ya casi no se acuerda. Hace tanto que dejó de jugar. Pero a la Niña Cactus le duele, le duele. Y nota que en la palma de la mano, un pincho aparece entre las vendas. En la rodilla. En la barriga. En el cuello. Y a la Niña Cactus la invade la rabia. No quiere que sus compañeritos la descubran y la vuelvan a dejar sola. ¿Pero qué puede hacer? Trata de recortarse los pinchos con unas tijeras.

Ai, ai ai

¡Cómo duele, cómo escuece Niña Cactus!

Ai, ai, ai

¡Ayudadme, por favor! Les grita a sus compañeritos, que se acercan a ver qué le ocurre. Y cuando están cerca, la Niña Cactus les lanza pinchos. Y se les clavan en los brazos, en el pecho, en los ojos.

La Niña Cactus está muy triste, requete triste. Y rabiosa, requeterabiosa.

La Niña Cactus, sola, sola, sola, en un rincón de la clase. Con sus pinchos. En los brazos, en las manos, en la espalda, en la cara. Cubiertos por su bata azul. Ensangrentada. Ya casi no puede moverse. Tiene los brazos rígidos, hacia arriba. Y apenas puede girar el cuello.

Ella, la Niña Cactus que no podía querer ni que la quisieran. Que no quería querer ni que la quisieran.